Los tres empresarios (basado en el cuento clásico de los tres cerditos)

Daniel Jerez Torns

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La nieve caía con fuerza afuera. Alberto miró por la ventana, complacido ante aquella imagen.

• Bien, la temporada de esquí será buena este año.
• Sí, eso espero –dijo Bruno, su hermano mayor. Su tono de voz apagado denotaba algo de pesimismo. – La crisis está afectando mucho al municipio. Esto no pinta bien.

La situación empeoraba año tras año. La única fábrica había cerrado hacía tres años y muchas empresas pequeñas habían abandonado su lucha de mantenerse a flote.

  • Hay que ser optimistas –dijo Carlos, el mayor de los tres – Vendrán tiempos mejores.

Alberto y Bruno se miraron con resignación. Aunque Carlos era el mayor y siempre había sido el más sabio y precavido, no creían que el municipio pudiera salir a flote de esa situación.
Carlos, que intentaba avivar el fuego de la chimenea, se dirigió a sus hermanos pequeños con determinación.

  • Tengo una idea. Tendríamos que relanzar la industria en el pueblo.
  • ¿Qué? –Alberto no podría creer lo que oía.
  • Lo que oyes. ¿Y si abrimos nosotros los negocios?

Bruno resopló.
– No creo que sea buena idea. – dijo este.

  • ¿Por qué no? Hay tres naves abandonadas. Las tendríamos que reformar, pero darían mucho de sí.
  • Eso implica dedicación. – Si en algo destacaba Alberto era por disfrutar del ocio. Era trabajador, pero si conocía de alguna actividad por hacer, prefería dedicarle tiempo a ello que no a trabajar. Y ahora que empezaría la temporada de esquí, no se la perdería por nada del mundo.

Los tres hermanos se miraron en silencio. Se oía el sonido de los troncos crepitando por el fuego de la chimenea.
Carlos negó con la cabeza.

  • Chicos, es nuestra oportunidad. Generaríamos puestos de trabajo y ayudaríamos a que el municipio saliera del pozo. Mirad, uno podría crear una empresa de reciclaje de residuos , el otro de elaboración de vino y el otro, de fabricación de componentes para la empresa de vehículos que tenemos al lado.
  • No sé, yo no lo veo claro. Demasiado complicado – Alberto no quería meterse en líos de responsabilidades.
  • Podría funcionar, pero nos falta dinero y…
  • Por dinero no será, Bruno. –le cortó Carlos- Hay subvenciones a punta pala.

Fue entonces cuando Carlos fue a buscar su cartera y puso sobre la mesa toda una serie de papeles que ni Alberto ni Bruno entendían.
Carlos les explicó que ya había recabado toda la documentación que tendrían que rellenar y presentar, así como los planos de las naves y varios presupuestos para reformarlas.

  • Vaya, lo tienes todo atado–dijo Bruno, el hermano mediano.

Todo parecía decidido, cuando Alberto expuso su gran temor.

  • Te olvidas de una cosa. ¿Y si viene él?
  • ¡Por favor Alberto! Eso son tonterías.
  • ¿Ah, sí? No creo que sea una tontería el que en nuestro municipio cualquier empresa tiene accidentes de trabajo en todos sus trabajadores. Él vendrá a por nosotros.

Carlos dio un golpe sobre la mesa.

  • No pienso aceptar que unos cuentos de viejas frenen nuestros negocios.
  • Carlos, sabes que él existe – dijo Bruno- y querrá atacarnos.
  • El miedo nos hará ser débiles. Hay que relanzar nuestro municipio sí o sí.

Carlos consiguió convencer a sus hermanos para reformar las naves y emprender los negocios.
Sin embargo, entre Alberto y Bruno se palpaba el temor a aquello que nadie sabía qué era ni que aspecto tenía. Lo nombraban Riesgo.
El otoño avanzaba y cada hermano asumió el mando de la reforma y del diseño de cada nave, así como de todo lo relativo a instrucciones de trabajo, medidas de seguridad, protocolos y un largo etcétera que solo de pensarlo, a Alberto le entraban ganas de bostezar.
Alberto se mordía las uñas por las ganas de ir a esquiar. La maldita fábrica de residuos que estaba supervisando le quitaba demasiado tiempo. Decidió utilizar materiales muy baratos y no implantó ninguna medida de seguridad. Los trabajadores harían lo que quisieran. No había extintores, ni EPI. Las máquinas eran las más baratas del mercado. Todo eso eran cosas banales.
Hasta que llegó el día en que la presencia de Riesgo se cernió sobre los tres hermanos.
El primero en sufrir sus consecuencias fue Alberto. Este se encontraba en la nave cuando los empleados le avisaron de que un fuerte viento se había levantado afuera.

  • Jefe, siempre ocurre igual. En los demás sitios sucedió lo mismo. Primero, un viento aullador y luego, accidentes por doquier.

Alberto palideció al oír el relato de su empleado, pero decidió mostrar indiferencia.

  • ¡Bah, pamplinas!

El viento golpeó con fuerza las puertas durante diez minutos y luego, se detuvo. Todos creyeron que todo había pasado, hasta que un operario se cortó la mano con una máquina, otro volcó mientras conducía el toro y un tercero, al agacharse, sufrió un lumbalgia. Pero eso fue solo el principio. Poco a poco, todos fueron sufriendo accidentes, hasta que la estructura de la nave cedió. Todo empezó con un pequeño incendio, que no pudo sofocarse por falta de extintores y BIE. Tampoco ayudaba el hecho de que nadie había recibido formación en temas de emergencias.
En cuestión de treinta minutos la fábrica se derrumbó.
Alberto salió corriendo hacia la fábrica de su hermano mediano, Bruno.
Bruno tenia una empresa que embotellaba el vino de la zona. Él había puesto más empeño que su hermano menor en medidas de seguridad. Toda la fábrica tenía materiales ignífugos, extintores y BIE. Y sobre todo, se había centrado en todo lo referente a tomar medidas contra los contaminantes químicos.
Alberto entró en la fábrica de Bruno, jadeando.

  • ¿Qué pasa, hermanito?
  • Cierra todas las puertas. Riesgo ha destrozado mi fábrica y viene a por ti.

Bruno no necesitó oír más. Con rapidez bloquearon todos los accesos y cerraron bien las ventanas.

  • Ya está. Aunque no creo que pase nada. Yo he sido bastante cuidadoso en seguridad.
  • Ya, yo la verdad es que no lo fui– dijo Alberto con tristeza.

De repente, se oyó el sonido de viento. Las ramas de los árboles golpearon con fuerza las paredes. Pero no pasó nada más. El viento cesó y nadie padeció ningún accidente.

  • Ves, aquí no podrá hacer nada.

Sin embargo, el chillido de una persona sobresaltó a los dos hermanos.
Un trabajador había resbalado y se había roto el brazo. Luego, la administrativa tuvo fuertes dolores en la muñeca por el uso del ratón del ordenador. Poco a poco, cada uno de los trabajadores fue sufriendo accidentes de trabajo.
De nuevo, el viento sopló con fuerza y las paredes temblaron y se derrumbaron.

  • ¡Corre!

Alberto y Bruno salieron de la fabrica corriendo. Se detuvieron un instante para recuperar el aliento.

  • ¿No me dijiste que habías tomado todas las medidas de seguridad?
  • Bueno… no del todo. Pasé un poco de la ergonomía y de la psicosociología.

Siguieron corriendo hacia la fábrica de Carlos.
Carlos dirigía la empresa que se encargaba de fabricar componentes para vehículos.
Carlos se encontraba elaborando una checklist de auditoría interna para mejorar procesos, cuando sus hermanos entraron con el semblante desencajado.

  • ¿Qué ocurre? – dijo Carlos.
  • Riesgo viene a por nosotros. Ha destrozado nuestras fábricas.
  • ¿Qué?
  • Lo que oyes. Primero se oye…

El viento empezó a levantase con fuerza. Carlos ordenó cerrar las puertas y todos se mantuvieron expectantes.
Tras cesar el viento, sus hermanos se centraron en los empleados. Era el momento en que empezarían a llover los accidentes. Sin embargo, nada ocurría.
El viento sopló de nuevo y nada sucedió.
Así, cinco veces.

  • No lo entiendo – dijo Alberto.
  • Bueno, mi fábrica tiene todas las medidas de seguridad posibles. Todo lo relacionado con la prevención de riesgos laborales está inmaculado.
  • Yo también puse muchas medidas de prevención – dijo Bruno algo molesto.
  • Seguramente, pero debiste descuidar algo.
  • Vale, pero conozco otros del municipio que lo tenían todo e igualmente cayeron.
  • Verás, el Riesgo cero no existe, pero puedes buscar la excelencia y sobre todo, la mejora continua y eso se consigue adoptando medidas más allá de las de estás obligado por ley a implantar. No es suficiente con cumplir las normas, hay que analizar qué más puedo mejorar, independientemente de que esté en la normativa o no. Por ejemplo, yo he puesto dos desfibriladores externos automáticos y he formado al personal para usarlos. La ley no me obliga, pero considero que es un valor añadido a la empresa y que refuerza la seguridad de los trabajadores. Ellos saben que aquí hay medios para actuar en caso de infarto, cosa que no ocurre en otras empresas.

Los dos hermanos miraron con respeto a su hermano mayor. Siempre había sido el más responsable, el más analítico y el más concienzudo. Y ahora veía el fruto de su trabajo. Riesgo no había podido con su fábrica.
La Navidad llegó y el municipio se llenó de luces. En las calles se palpaba una gran alegría y no solo por las fiestas navideñas.
A raíz de lo sucedido en la fábrica de Carlos, Alberto y Bruno se dispusieron a seguir sus pasos y procuraron que otros hicieran lo mismo.
Las empresas rendían al máximo, los trabajadores estaban sanos y contentos y ya no se volvió a oír aquel aullido huracanado.
Riesgo parecía haberse ido, aunque sabían que no era así. Cualquier descuido y aparecería. Sin embargo, lo importante es que ahora se manifestaría únicamente como una inofensiva brisa.
No podrían hacer desaparecer a Riesgo, pero si reducir su fuerza.
 

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