Un cuento de Navidad y prevención: La carroza

Daniel Jerez Torns

DanielJTLos preparativos para la cabalgata de los reyes magos se aceleraban. El lugar era un hervidero de personas trabajando para que todo estuviera listo para la mágica tarde del 5 de enero. Algunos pintaban, otros cosían, unos cuantos recortaban cartulinas. Sin embargo, la tarea que requería más trabajo era la preparación de las carrozas.
La crisis también había llegado a la cabalgata y el número de carrozas se había reducido drásticamente, tanto que el ayuntamiento había decidido reducir las carrozas a tres: la de los tres reyes magos.
Para ello el alcalde pidió a tres personas del municipio que se responsabilizarían de la preparación de las carrozas. El día que se reunió la comisión de trabajo en el almacén para hablar de los plazos, el material necesario y demás detalles, ocurrió un hecho inesperado. Todavía no habían realizado la selección de personas para cubrir los puestos de los reyes magos, pero, a mitad de la reunión, tres personas disfrazadas como tal hicieron acto de presencia. El alcalde, asombrado, se dirigió a ellos.
– Perdonad, ¿Quiénes sois?
– Somos los tres reyes magos – dijo el que iba de Gaspar – y hemos venido a participar en vuestra cabalgata, así que  hemos pensado de estar presentes en la reunión.
– Bueno, eso está muy bien, pero ¿quién los ha contratado? ¿Vienen de una agencia? –dijo el alcalde.
– No, no. Nos gusta hacer esto y disfrutamos con las sonrisas de los niños. Ofrecemos nuestros servicios sin coste alguno – dijo Baltasar.
El alcalde arqueó las cejas.
– ¿Son de una ONG?
– Mmmm… sí, exacto.
El alcalde se alegró de tener ya resuelto el tema de los figurantes, así que dejó que estuvieran presentes y les dio permiso para venir todas las veces que quisieran.
 
A Santiago le otorgaron la de Melchor. Santiago era manager de una empresa de proyectos de software. Su trabajo consistía en dirigir a un equipo de personas con el objetivo de lanzar los proyectos lo más rápido posible. El tractor que tenía asignado para llevar el remolque de la carroza estaba muy viejo. Santiago era muy exigente y competitivo, así que empezó a dar órdenes al equipo de seis personas que tenía a su cargo. Presionaba cada vez más e incluso el tono de voz era elevado, tanto que muchos de los que trabajaban en las otras carrozas se giraban para mirar que ocurría. Los voluntarios empezaban a sentirse nerviosos y tensos. Una tarea que debía llevarles alegría, les estaba provocando lo contrario. Lo que menos le gustaba a Santiago era que aquel tipo estuviera examinándole. “Y cada día viene con el maldito disfraz de rey mago”, pensó.
Así era, Melchor se mantenía apartado, observando como evolucionaba su carroza. Un día, se acercó a Santiago para hacerle una observación.
– ¿No sería mejor que creara mejor clima? No hay necesidad de gritar, ni de presionar tanto –
Santiago sonrió.
– Como se nota que no estás acostumbrado a dirigir personas. Para que algo salga bien, debes crear tensión o de lo contrario las personas se relajan.
– Ya, pero con tensión, creas malestar y eso puede provocar problemas en las personas.
– ¡Tonterías! – Santiago se giró, para dar más instrucciones – ¡Sois unos inútiles! Las telas deben ir colgadas de aquella columna.
Un voluntario se acercó y le pidió hacer un descanso, pero Santiago se negó. Melchor, que lo había oído, se acercó y se colocó detrás de él.
– Descansar permite que el cuerpo recobre fuerzas y sane dolencias.
– Descansar es de vagos.
 
La cabalgata de Melchor terminó, ciertamente, la primera. Pero tan solo quedaron tres personas de las seis. Las otras tres renunciaron a seguir y las que se quedaron, no pudieron asistir a la cabalgata para verla ya que dijeron sentirse algo cansados.
 
Ernesto se encargaba de la carroza de Gaspar. Él era el director de planta de la fábrica de cerveza que tanta fama había dado al municipio. Su personal le veía con buenos ojos, sabía escuchar, pero no le gustaban las normas, leyes y esas cosas de calidad, medioambiente y prevención de riesgos laborales. Él era de la vieja escuela. El trabajo supone sudor, sangre y esfuerzo. No lo decía a nadie, pero opinaba que tantas medidas de seguridad volvía a los trabajadores más delicados. Y ese era el espíritu que transmitía en la elaboración de la carroza. Las seis personas a su cargo debían utilizar unos taburetes precarios para subirse a lo más alto. Gaspar observó como todos tenían cortes en las manos y dedos morados. Se lo dijo a Ernesto.
– ¡Pues claro! Cuando cortas cosas o das martillazos, ocurren estas cosas.
– Podrías darles guantes.
– Aquí no hace frío.
– No, me refiero a guantes que protejan de los golpes.
– Chorradas.
Ernesto siguió dando instrucciones. En los días siguientes un voluntario se dio de baja por fractura de un dedo al recibir un martillazo. Luego fue otro que le entró una gota de pintura en el ojo. Un tercero cayó desde el taburete, al tener la pata medio rota. Y un cuarto recibió una descarga eléctrica de un taladro que estaba en mal estado. Tan solo dos personas pudieron asistir a la cabalgata, las demás estuvieron varias semanas de baja.
 
A Julián le hizo especial atención encargarse de la carroza de Baltasar. Era su rey preferido de pequeño. Julián dirigía una pequeña empresa de mensajería. Sus empleados llevaban años con él. Creaba un clima bueno. Además, se sentían seguros con él. Al igual que los seis voluntarios para confeccionar la carroza de Baltasar. Julián entendía que el trabajo con seguridad era más importante que los números de balances.
Baltasar asistió gratamente a aquel espectáculo: Julián daba instrucciones, pero ofrecía alternativas, aceptaba ideas, sugerencias. Escuchaba a los voluntarios, les animaba, les decía “muy bien” cuando tocaba. Les permitía descansar lo que quisieran. Les dio guantes, gafas de protección, hizo comprar herramientas nuevas para tirar las que estaban en mal estado, desecho la escalera de madera y trajo de su oficia, una metálica con los peldaños en buen estado. Los seis voluntarios acabaron el trabajo tal como empezaron: alegres, relajados y satisfechos.
El día de la cabalgata llegó. Las calles estaban llenas de personas a banda y banda. El alcalde miraba satisfecho como la orquestra iba tocando la música. Se tiraron unos confetis dorados y empezó la cabalgata, con caballos, bailarines y las carrozas.
Un gran “oh” fue llenando las calles a medida que avanzaban. La primera carroza iba vacía. Melchor no estaba en la butaca. Pero en la segunda ocurría lo mismo. Gaspar tampoco estaba. El alcalde se temía lo peor. Aquellos tres eran unos impostores. Sin embargo, la tercera carroza apareció con los tres subidos en la misma.
Al entrar en el ayuntamiento, el alcalde, junto con Santiago, Ernesto y Julián se acercaron a ellos.
– ¿Qué os habéis creído? ¿Por qué os habéis puesto los tres juntos? –dijo el alcalde.
– Verá señor Alcalde – dijo Melchor-, no solo importa el resultado, sino como se hace. Mi carroza y la de Gaspar fueron hechas cobrándose un precio muy alto: la salud de los voluntarios. Por eso, nos negamos a subir en ellas. Por el contrario, los operarios de Baltasar recibieron todo el cuidado y la atención que se merecían.
– Pero… – empezó a decir Santiago, pero le cortó Gaspar.
– Debéis entender que un mismo trabajo, pero con seguridad, da un resultado diferente.
– Pues yo no veo la diferencia – dijo el alcalde.
Baltasar le miró fijamente y sonrió.
– Siempre hay algo que diferencia el trabajo bien hecho, siempre.
Los tres reyes magos salieron del despacho y cerraron la puerta. Al instante, el alcalde recordó que quería pedirles sus datos. Abrió la puerta pero allí ya no había nadie. Se acercó al guardia que había en la entrada.
– ¿Por dónde se han ido?
– ¿Quién? – preguntó extrañado el guardia.
– ¡Los tres reyes!
– Señor, por aquí no ha pasado nadie.
El alcalde miró la plaza. Pensó muchas cosas. Pensó que tan solo había tardo dos o tres segundos en abrir la puerta. Pensó que no les había dado tiempo en bajar tan rápido las escaleras. Pensó que nunca se habían presentado ni acudido con otra ropa que no fueran esas túnicas. Pensó… su mirada se posó en las tres carrozas. Vio la de Melchor con ciertos desajustes, malos cosidos en las telas. La de Gaspar le dio la sensación que los colores eran más apagados y las columnas no tenían la misma altura. Sin embargo, la de Baltasar le pareció hermosa, equilibrada, colorida.
Y pensó en la última frase: “siempre hay algo que diferencia el trabajo bien hecho”.
 
Publicado también en Prevencionar.com
 

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